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Nuestra clase de Gestión emocional para colegios

Por: María Álvarez. “Que otros sepan que me estoy sintiendo mal es una debilidad” Este fue uno de los mitos sobre las emociones que trabajamos en el curso “Gestión emocional en tiempos de cambio” con algunes estudiantes del colegio Luis Angel Arango en Bogotá. El curso se basa en las intervenciones desarrolladas por DBT (terapia dialéctica conductual) y se centra en 4 módulos principales: Mindfulness, tolerancia al malestar, regulación emocional y efectividad interpersonal. A lo largo de las sesiones, con les estudiantes hemos aprendido habilidades para cada uno de estos módulos, todas con el objetivo de desarrollar una mejor relación con nuestras emociones, y así, una mejor relación con nuestro entorno. El mito de ser débil por sentir ha sido uno de los más difíciles de tumbar. Sin embargo, desde mi perspectiva, es uno de los que más hemos trabajado sin darnos cuenta. Las clases se han vuelto un espacio en el que se piensan y se analizan las emociones, sobre todo a partir de ejemplos de los mismos estudiantes. Son ejemplos cotidianos, casi típicos de la vida de un adolescente, y por eso mismo tan significativos: son las emociones que más los atraviesan y los interpelan en este momento de su vida. Es un ejercicio muy valioso el de empoderarse de su propia vulnerabilidad, pero uno aún más valioso el de ver a alguien más hacerlo. Parte del poder del curso, y de su alcance, es el de reflexionar cómo vamos a responder cuando estamos frente a nuestro dolor o cuando el otro nos muestra el suyo. Que esta respuesta se centre en el respeto depende de algo que trabajamos en cada sesión: todas las emociones son válidas e importantes. Mostrar y respetar cómo nos sentimos es el aporte clave del curso para la construcción de paz desde lo micro. Solo así podemos sacar energía de las emociones “negativas” y usarla para construir nuevas posibilidades, en vez de generar más daño.

El curso ha tenido sus retos. El primero, el más personal, tiene que ver con la rabia que cargo desde hace un año por el dolor intenso de haber perdido a un ser querido. Pararme al frente de les estudiantes a hablarles sobre gestión emocional ha implicado tener que devolver mi mirada hacia esa rabia y ese dolor. Les estudiantes han respondido a las habilidades que les enseño con una mirada crítica que agradezco, pues me dejan la tarea de trabajar en mí misma, en mis emociones, para poder enseñar con convicción. Sin haberlo planeado, estas clases me han permitido sanar un poco y comprometerme con este proceso. Así, este primer reto también es la primera lección: todes, no solo les estudiantes adolescentes del Luis Angel Arango, tenemos cosas que aprender, aceptar y sanar en relación con nuestras emociones. El segundo reto tiene que ver con la consolidación de las habilidades por parte de los estudiantes. Sí, hay muchas condiciones que interfieren con la clase (el ruido afuera, la disposición de los puestos, tener solo una hora a la semana), pero el obstáculo más grande es la resistencia. Ningún cambio viene ni debería venir sin resistencia, y eso es importante aceptarlo. El reto viene cuando se acabe el curso, cuando se acaben los espacios que hemos designado como seguros para explorar la emocionalidad. Estes estudiantes necesitan un acompañamiento empático, de cuidado, que les permita darse la oportunidad de probar las habilidades que hemos visto en clase, de identificar las que le funcionan y de creer en su valor. Si salen del curso a un mundo que les invalida todos los sentimientos, todo lo que hemos trabajado se esfumaría. De este segundo reto, entonces, sale uno mayor: ser, como colectivo, un espacio seguro para las emociones de nuestres jóvenes. La gestión emocional tiene una propuesta clara hacia la paz: al yo estar bien, es más fácil estar bien con los demás. Al yo vivir en paz conmigo mismo (con todos los sentimientos negativos que son inevitables y necesarios en la vida), es más fácil construir y mantener la paz en comunidad. El curso, entonces, nos deja una lección importante: trabajar en nosotros y permitir que otres trabajen en ellos mismos es un paso hacia la comunidad que queremos.


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