Círculo de mujeres: ‘Las mujeres buscamos conexión humana y con el mundo’
- Fundación Magnolia

- 30 oct
- 7 Min. de lectura
Actualizado: 4 nov
Descubre el poder transformador de los círculos de mujeres y cómo ayudan a soltar, sanar y cambiar tu vida, una conversación entre la Fundación Magnolia y Casa Lunae.
Por: Fundación Magnolia
En el pasado los círculos de palabra o círculos sagrados eran prácticas ancestrales que surgían como una manera de compartir la sabiduría frente a las situaciones de la vida. Luego fueron convirtiéndose en experiencias más elaboradas que mantenían su esencia y adaptaban su forma para sostener la atención colectiva. En la actualidad, “los círculos no tienen una forma única ni una dinámica rígida, sino que cada coordinación da forma al encuentro según la experiencia y la energía del grupo”, dice Rayén Pizarro Antinao, fundadora de Casa Lunae, una plataforma de círculos sagrados con sede en Chile.
Rayén Pizarro también los considera como espacios que marcan un tiempo distinto al cotidiano porque invitan a una presencia profunda a través de respiraciones conscientes, atención plena, meditaciones, silencios sostenidos, o conversaciones reflexivas. Para ella es “todo lo que nos ayuda a volver al presente”.
Recientemente, la Fundación Magnolia y Casa Lunae unieron fuerzas para llevar a cabo sesiones de círculos de palabra con diversos grupos de mujeres colombianas. A raíz de esas iniciativas, y buscando una aplicación práctica de los saberes que encierran los círculos, conversamos con Rayén Pizarro. (Esta conversación ha sido editada por razones de espacio y claridad).

¿Cómo defines un círculo de palabra o círculo sagrado para mujeres?
Un círculo es un encuentro —presencial o virtual— en torno a un centro espiritual, que es un altar simbólico creado con objetos que conectan a las participantes con algo superior, como elementos naturales, energías, el universo o los ancestros, entre otros. Es un espacio donde cambia la percepción del tiempo, ya que se abre con un saludo especial, una oración o un rezo, y se establece una intención personal para la participación. Ahí, tanto la palabra como el silencio se vuelven elementos sagrados porque expresan las verdades más sinceras. De manera instintiva, eso despierta un respeto mutuo que sostenemos todas [las participantes].
¿Cómo son los círculos de mujeres que realizas?
Los círculos que coordino, inspirados en la visión de Jean Shinoda Bolen y su libro El millonésimo círculo, tienen dos aspectos que considero esenciales: la presencia y la horizontalidad.
La presencia para evitar distracciones. Es importante tener a mano lo necesario, como un vaso de agua, una manta, un lápiz y papel (sin celulares). En los encuentros virtuales, la práctica implica mantener la cámara encendida, el micrófono disponible, y una disposición comprometida con el espacio. Cada detalle habla de una actitud de respeto al círculo con la presencia.
La horizontalidad, porque en el círculo participamos en calidad de seres humanos, sin jerarquías. Esta horizontalidad puede parecer desafiante, pues estamos acostumbradas a identificarnos desde los roles: “a qué me dedico”, “qué lugar ocupo en mi familia”, etc. Pero aquí no hay lugar para la superioridad moral, intelectual, económica o de poder. En particular, hablar desde el dolor requiere la confianza del grupo.
Parece que la confianza y la escucha son pilares de esta práctica, ¿qué te guía?
La pregunta que me guía no es “¿qué opino sobre lo que escucho?”, sino “¿qué siento frente a lo que escucho o percibo?”. Esa diferencia es profunda, porque sentir nos conecta con la vulnerabilidad y la empatía; opinar nos lleva al juicio y al ego.
Por eso, aunque los círculos no tienen una forma única, hay pilares que sostienen su esencia como espacio íntimo y seguro. La invitación es hablar de lo que llevamos silenciando dentro: lo incómodo, lo doloroso, lo que nos asusta. Y permitir que la sabiduría compartida —entre todas— nos abrace, sostenga y calme… sin apurar el proceso de nadie.
¿Puede un círculo de mujeres ser un medio para tratar enormes males como la violencia de género?
Claro que sí. Sabemos que —por múltiples razones culturales— las mujeres hemos aprendido a sobrevivir adaptándonos a las adversidades. Esto nos ha llevado a desarrollar habilidades que hoy parecen avances culturales, pero que en realidad son efectos de una historia de discriminación sistematizada. Pero adaptarse a contextos abusivos no significa que hayamos sanado los efectos de esas circunstancias. Aunque sigamos siendo funcionales y productivas, muchas heridas siguen abiertas.
Entonces, ¿qué temas relacionados con la violencia de género pueden trabajarse en un círculo?
Por un lado, el silencio como carga, como yugo, como extensión de la historia de abuso. El silencio que se usa para evitar conflictos, el que alimenta el miedo y la desconfianza, el que fortalece la desconexión emocional.
También está el peso de la historia personal. Al mirar las experiencias de las mujeres de nuestras familias, al analizar cómo sobrevivieron, qué fue lo que soportaron, o por qué se comportaban como lo hacían, nos abrimos a las emociones tanto oscuras como luminosas. Y, desde ahí, ocurre algo mágico: aparece la empatía y nos damos cuenta de que ellas también tuvieron miedo. Ellas también fueron objeto de abusos. Ese entendimiento, sin siquiera notarlo, nos abre camino de retorno al amor propio. Al sanar la mirada que tengo hacia otras mujeres, empiezo también a sanar la que tengo hacia mí.
Y finalmente está el poder del vínculo. Conectar con otras mujeres, que viven y sienten de formas diferentes, nutre nuestra narrativa interna.
Por todo esto se dice que el círculo no es un espacio terapéutico, sino un espacio de sanación. Y cada mujer toma la medicina que necesita, en el momento en que está lista para recibirla.
Los círculos de mujeres son espacios donde “no hay lugar para la superioridad moral, intelectual, económica o de poder”.

¿Qué instrumentos o herramientas le proporciona un círculo a una mujer sobreviviente de violencia?
La herramienta principal es la conciencia sobre el poder de la palabra: la expresión sentida, auténtica y reveladora. Un método profundamente transformador en un mundo saturado de técnicas, procesos y teorías complejas.
La mujer guarda medicina en su palabra, en su sentir y en su intuición. Pero, como toda medicina, también puede convertirse en veneno si no se canaliza con sabiduría. Muchas mujeres comienzan bajando al pantano donde hemos guardado lo que no queríamos enfrentar; y algunas se quedan atrapadas en ese barro. Es justo ahí, donde se vuelve esencial el grupo, el círculo, la tribu.
Maureen Murdock, autora del libro Ser mujer, un viaje heroico, plantea que arquetípicamente las mujeres atravesamos un viaje diferente al del hombre. Mientras que el héroe masculino inicia su búsqueda motivado por un objetivo externo, algo ocurre y él reacciona. El viaje femenino comienza con una pérdida de sentido interna. Nos sentimos desorientadas, perdidas, desconectadas de nosotras mismas. Y esto, en gran parte, es fruto de vivir en una cultura patriarcal que constantemente va en contra de nuestros instintos naturales de conservación y conexión. Por eso, expresar nuestros mundos internos en voz alta y frente a otras mujeres se vuelve una forma poderosa de ir comprendiendo esa información nueva, desafiante y, a veces, abrumadora. Porque en esa palabra compartida comienza a ordenarse lo que antes parecía inentendible.
Hay, por supuesto, muchas más herramientas que aprender en los círculos.
¿Puede la palabra curar las heridas emocionales…?
Las heridas emocionales se curan cuando dejamos de esconderlas, cuando les damos espacio, palabra y sentido. Cuando nos expresamos con verdad, cuando volvemos a valorarnos tal y cual somos, cuando miramos nuestra historia con nuevos ojos. La sabiduría de nuestras propias experiencias, sumada al conocimiento que vamos adquiriendo con herramientas de autoconocimiento y de regulación emocional, mental y espiritual, activa una forma de sanación lenta pero profundamente real y palpable.
¿Pueden los círculos evitar que las mujeres pasen esas heridas emocionales de generación a generación? ¿Cómo?
¡Sí! Cuando se aprende una lección ya no hay por qué repetirla, sobre todo, cuando esa lección ha sido integrada no solo desde el dolor vivido, sino también desde la observación de sus diversas perspectivas y desde la comprensión consciente de sus causas y consecuencias. Cuando tenemos ese nivel de dominio sobre una experiencia, lo que nos nace es compartirla con nuestro legado (hijos). Porque, igual que un mito, la historia personal existe para dejar una enseñanza.
Por lo general las mujeres tienden a olvidarse de ellas mismas y de su bienestar emocional cuando anteponen el cuidado de sus hijos, padres o su familia. ¿Cómo ayuda un círculo a que ellas se conecten consigo mismas? ¿En qué las beneficia participar en un círculo?
Participar en un círculo beneficia profundamente a una mujer porque le permite entrar a un espacio donde no tiene que sostener ningún rol ni cumplir ninguna función. Ella no necesita ser perfecta, ni líder, ni inteligente, ni bonita, ni carismática, ni saber cuidar, ni cocinar, ni cumplir con lo que se espera de una madre, hija, abuela o pareja. Puede, simplemente, “ser” o “estar”.
Ese permiso de ser o estar, le genera descanso. No solamente un descanso físico, sino también emocional y simbólico. Muchas veces, las mujeres regresan a ese lugar interno donde alguna vez sintieron que nacieron para ser felices, para ser amadas, para crecer libres y prósperas. Ese tiempo anterior al juicio y a la obligación.
Por eso, cuando una mujer dice “basta”, cuando empieza a ponerse en primer lugar, su mundo se sacude. Ella comienza a valorarse, a poner límites, a pedir lo que desea… Florece. Se alivia. Rejuvenece.
Además, luego del temblor sucede la magia. Su pareja empieza a asumir un papel activo, los hijos comienzan a sentir empatía. El liderazgo familiar se vuelve compartido: la madre y el padre crean un mundo juntos, decidiendo, ajustando y acompañándose mutuamente. De esa manera, también se sana la herida patriarcal en el hombre, esa que lo aleja de lo emocional, vulnerable y femenino.
¿Podrías compartir algunas reflexiones del círculo que llevaste a cabo en alianza con la Fundación Magnolia?
Primero confirmé algo que ya intuía, que las mujeres siempre buscamos conexión. Ya sea con otras mujeres, con nosotras mismas o con el mundo. Pero estamos alejadas de la costumbre de darnos momentos de presencia.
También vi que todas tenemos la magia a flor de piel, y que muchas veces se encuentra dormida o negada, cuando es justamente lo que nutre el alma y el espíritu.
Por otro lado, me di cuenta de que la atención en comunidades que enfrentan urgencias cotidianas suele centrarse en resolver lo práctico, lo visible, lo inmediato. En ese contexto, hablar de lo emocional puede parecer secundario o confuso. Pero lo cierto es que, aunque esa necesidad viva en nuestra intimidad, sigue ahí silenciosa, constante y siempre pidiendo espacio.
Y finalmente, algo que me maravilla en cada encuentro, es confirmar que la diversidad nos une; ver cómo mujeres de diferentes edades, lugares, hogares, familias, desafíos, dolores, alegrías, historias forman una pradera repleta de flores de distintos colores y formas, que en conjunto cambian el semblante de una montaña entera.
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