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Narrar sin explotar el dolor: la palabra también reforesta

Actualizado: 15 sept

Tres intuiciones para contar desde el respeto, el cuidado y la imaginación colectiva.


Por: Nathalia Salamanca Sarmiento


¿Cómo narrar el dolor sin explotarlo? ¿Cómo contar sin repetir las mismas formas que terminan por desgastar, simplificar o incluso herir?


Estas preguntas me han acompañado en los últimos años, mientras camino entre el periodismo, la escritura y la investigación social. No tengo respuestas cerradas, pero sí algunas intuiciones que han ido germinando en el encuentro con otras voces, procesos y territorios.

Una de esas semillas germinó mientras tejía una carta para Nos une el medio, un proyecto de escritura epistolar que cocreé con Ish Peregrino. En este hablaba de mi chagra, ese terrenito simbólico que cultivo siendo quien soy, y de las semillas que sólo revelan su forma cuando se las mira con atención. Entre ellas hay una que llevo conmigo desde 2024: me la regaló Andrea Ixchíu, narradora maya K’iche’, durante la Conferencia de Libertad de Prensa de la Unesco en Santiago de Chile. Entonces dijo: “Así como los pueblos reforestan y sanan con la tierra, quienes contamos historias necesitamos reforestar nuestras mentes y corazones para reemplazar ese monocultivo occidental que muchas veces hemos reforzado”.


Planta con flores lilas crece entre grietas de pavimento gris. El fondo texturizado la dureza del cemento y la resistencia de la vida.
Cuando las historias se narran desde las mismas lógicas una y otra vez, lo que se reproduce no es solamente una estética, sino también una ideología: una sola forma de mirar y estar en el mundo.

1. Reforestar la narrativa


Cuando Andrea Ixchíu habla de monocultivo, se refiere a esas formas únicas de ver, sentir y contar el mundo que desplazan a otras maneras de narrar. Como en la agricultura, donde sembrar una sola especie empobrece la tierra, repetir las mismas lógicas narrativas —desde el centro, desde el poder, desde la urgencia de mostrar dolor— puede desgastar nuestra capacidad individual y colectiva de imaginar y de conectar. Y llevarnos a generar relatos que, sin querer, reproducen la misma violencia que intentan denunciar.


Desde entonces, esa imagen me acompaña como una brújula:


  • ¿Qué estamos sembrando cuando narramos?

  • ¿A qué monocultivos seguimos abonando sin darnos cuenta?

  • ¿Cómo volver fértil la imaginación colectiva en tiempos de tanto ruido y tanto dolor?


Cuando las historias se narran desde las mismas lógicas una y otra vez, lo que se reproduce no es solamente una estética, sino también una ideología: una sola forma de mirar y estar en el mundo. Y muchas veces, también, una comodidad narrativa que evita cuestionar o dejarse afectar.


Compartir relatos de dolor sin explotarlos exige rechazar ese monocultivo narrativo. Implica reconocer que la escucha puede y debe ser una práctica de atención y cuidado. Que las historias pueden nacer en el cuidado del encuentro y no en la urgencia por publicar.


En tiempos de crisis, necesitamos reforestar nuestras narrativas, es decir abrir espacio para los relatos que no solamente denuncien, sino que también reparen y nutran.

Ver: “Soy quien soy ahora por quien fui antes” – Refigurando infancias colombianas a través de historias de jóvenes excombatientes (en inglés). Junto a Pilar Lozano y Adriana Ferrucho, e inspiradas en Patricia Nieto, cocreamos una metodología basada en narrativas autobiográficas y escritura creativa, que dio origen a la experiencia “Mi cuento lo cuento yo” (en inglés).


“Así como los pueblos reforestan y sanan con la tierra, quienes contamos historias necesitamos reforestar nuestras mentes y corazones para reemplazar ese monocultivo occidental que muchas veces hemos reforzado”. — Andrea Ixchíu, narradora maya K’iche’.

2. La palabra también viaja


En el trabajo con el Informe Final de la Comisión de la Verdad de Colombia (2022), en particular con el Tomo Testimonial, aprendí algo fundamental, que los relatos no se recogen ni se toman. Se escuchan. Se acompañan.


Y, como el agua, las palabras también tienen su ciclo: llueven, corren, se evaporan y regresan en forma de lluvia, como memoria que vuelve. Su sentido no está en ser archivadas, sino en volver a circular. En regresar a quienes las dijeron. En habitar espacios vivos.


La narración no termina cuando se publica. Una historia contada con respeto no se agota, sino que resuena, encuentra otros cuerpos, regresa a su origen y, en ese tránsito, teje comunidad.


Por eso, más allá de medios tradicionales, necesitamos abrir otros caminos de circulación, como escuelas, cocinas, hospitales, festivales, círculos de palabra… Lugares donde las historias puedan respirar.

3. Una historia, muchas manos


Una historia no debería viajar sola, y mucho menos si nació en un lugar de dolor. Como en toda travesía significativa, necesita estar rodeada de afectos, cuidados y saberes que se entrelazan; habilidades que se ponen al servicio de algo mayor: que se sepa lo que ocurrió, para que no se repita. Que haya quienes puedan comprender, sin haberlo vivido en carne propia.


Tres figuras humanas en estilo acuarela, sentadas y relajadas. Fondo abstracto suave, tonos marrones y grises. Humor tranquilo.
Contar historias de dolor sin explotarlas también es ceder el centro.

En ese cruce, quien escucha y narra —si no fue quien vivió directamente la experiencia— no se adueña, no traduce desde afuera, no reemplaza. Se hace presente.


Contar historias de dolor sin explotarlas también es ceder el centro, desmontar la falsa idea de protagonismo y reconocer autorías múltiples. Es cocrear desde la escucha profunda, la confabulación creativa y la ética del cuidado narrativo. Es dejar que la historia decida —junto a quienes la vivieron— hacia dónde quiere ir, y reconocer con paciencia y humildad qué rol puede jugar cada quien.


Ver: La experiencia de periodismo colaborativo intercultural del medio de comunicación independiente Agenda Propia, particularmente su Mochila de Saberes, con consejos, guías y herramientas para narrar con otras y otros.


Epílogo: algunas ideas en voz baja


En este andar, he aprendido que una historia contada con respeto puede hacer muchas cosas, abrir preguntas, invocar memorias, conectar mundos, inspirar nuevos relatos, narrar futuros posibles.


Cada vez que tengo la fortuna de que, desde la confianza y la generosidad, me permitan acercarme a un relato de dolor, me pregunto:


  • ¿Estoy sembrando o extrayendo?

  • ¿Estoy acompañando o representando?

  • ¿Estoy narrando con o sobre?

La respuesta no siempre es inmediata. Pero hacerse la pregunta es ya una forma de respeto. No todas las historias nos pertenecen, pero todas nos implican.



“Los relatos tienden puentes, conectan a las personas, nos recuerdan que estamos vivos… que otros y otras también están vivos, que tienen experiencias que superan los lugares que habitamos, que inundan espacios, que traen música, que traen dolores, sinsabores, culpas, reflexiones. Y cuando un relato habita en voz alta un espacio, hace música, como la lluvia. Hace música porque hay silencio, porque hay escucha, porque hay personas dispuestas a dejarse atravesar”.


Nathalia Salamanca Sarmiento es periodista, escritora e investigadora social. Creadora y acompañante de procesos narrativos con pueblos indígenas, niñas, niños y mujeres, entreteje escucha, memoria y derechos humanos desde un enfoque intercultural y colaborativo. Es cocreadora del blog Nos une el medio, parte de la Red Tejiendo Historias y colaboradora en iniciativas que combinan escritura, imaginación, migración y transformación social. Redes: LinkedIn e Instagram.


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