Cómo la experiencia de una menor en las filas de las FARC y las AUC complica las ideas binarias que tenemos sobre el conflicto armado en Colombia.
Por: María Álvarez
“Aquel de ustedes que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”, Juan 8:1-7
Las guerras nos empujan a pensar en binarios: víctima-victimario, bueno-malo, aliado-enemigo, blanco-negro. Desde lo binario podemos delimitar y señalar al otro, aquel que no somos y con quien se nos vuelve imposible empatizar.
El conflicto armado colombiano comenzó en los años 60, y desde sus inicios se caracterizó por esa óptica binaria. Ejército-terrorismo, guerrillero-civil, violencia-paz, estos son algunos de los polos que se han usado para describir la historia de ese conflicto armado. Sin embargo, una mirada más cercana a las experiencias de quienes lo vivieron en carne propia empieza a desdibujar los límites entre polos opuestos y nos acerca a las complejidades de la guerra. Este es el caso de nuestra protagonista, Kelly, nacida en 1982, quien no sólo ha vivido entre lo binario, sino que todavía se enfrenta a ello.
A Kelly la han llamado varias veces victimaria. Quizás con razón. Ella fue parte de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC-EP), y ahí aprendió a empuñar fusiles. También perteneció a las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), y entre sus filas fue herida en combate. Después de recibir atención médica en la Cruz Roja, terminó en una correccional de menores en Villavicencio, capital del departamento de Meta. Simplificada la historia de esa manera, es difícil no pensar en nuestra protagonista como victimaria. Los hechos, sin embargo, son más complejos.
Kelly llegó a las FARC, o más bien se la llevaron a la fuerza, a los 10 años. Antes de cumplir los 15, cayó en manos de las AUC, quienes la capturaron y obligaron a participar en el combate. A los 17, ya con una herida de guerra, ingresó a la correccional.
Tristemente, la historia de infancia de Kelly no es particular. La Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) calcula que, entre 1996 y 2016, los distintos actores del conflicto armado habían reclutado forzosamente a más de 24.000 niños en Colombia. Cuando le llegó el turno a Kelly, en 1992, ya dos de sus hermanos mayores habían sido asesinados por las FARC y uno se encontraba entre sus filas.
“La vida en las FARC era muy rígida. La mujer tenía que desempeñar un papel durísimo”, nos dice Kelly al hablar de su experiencia en esa guerra. La mujer. Con tan solo 10 años, el conflicto obligó a Kelly a ser una mujer.
“Nosotras las mujeres hemos sido el pilar de aquella guerra”
En su relato, Kelly enfatiza que no vivió solamente un conflicto, sino varios. A pesar de las diversas labores que tenía dentro de las filas de la guerrilla (hacer el aseo, mantener la guardia, estudiar la filosofía del grupo armado…), el rol que vivió siempre fue el de la mujer silenciada. Una mujer a la que amenazaban frecuentemente: “bueno usted está conmigo o yo invento que usted hizo cualquier falta para que la maten”. Sus compañeros del campamento y los mandos de las escuadras no solamente sofocaban su voz, sino también violaban su cuerpo sin repercusiones. Reconoce que su voz interior se transformó en algo irreconocible, ya que a diario se decía a sí misma: “no ha pasado nada”. Negar esa experiencia desgarradora la ayudó a sobrevivir esos años de infierno.
Kelly llegó a las AUC (o más bien la atraparon) cuando se ‘voló’ de las FARC en 1996. Decidida a no participar más en la guerra, intentó llegar a Melgar, Tolima, una ciudad pequeña y caliente donde vivía su padre y que estaba a más de cuatrocientos kilómetros de Puerto Príncipe Vichada, el campamento de las FARC. Un camionero aceptó llevarla, pero no llegaron lejos. En Puerto Gaitán, Meta, todavía con 12 horas de recorrido por delante, un hombre la reconoció y avisó a miembros de las AUC de la presencia de una guerrillera. La capturaron y amenazaron con matarla si no trabajaba para ellos.
El trato que recibió del grupo paramilitar fue similar al de los guerrilleros. Kelly recuenta una de las peores experiencias de esa etapa: cerca de Puerto Gaitán, en una finca llamada Los Mangos, una enfermera paramilitar la drogó para que varios hombres la violaran. Cuando despertó ya habían pasado varios días, e incluso la habían llevado a otra finca. Parte de lo que todavía le duele a Kelly es el hecho de que otra mujer, Camila, haya sido cómplice de los violadores. Fue la misma Camila quien la obligó a callar. “Ella me decía que, si yo le decía algo a los altos mandos, pues, era mi palabra contra la de ella. Y las demás personas que me violaron, pues, estaban a favor de ella. Nunca pude decir (nada) hasta que se desmovilizaron ellos (las AUC) en 2004”.
Victimaria y víctima
Han pasado más de 30 años desde que Kelly salió de la correccional y del campo de batalla. Desde su nuevo hogar en San Miguel Cascadero, Kelly nos cuenta, con un inmenso dolor que todavía la hace llorar, cómo fue ver a un hombre de 70 años, entre el grupo de los hombres que la habían violado, burlándose de ella, refiriéndose morbosamente a sus partes íntimas y asegurando que quería volver a acostarse con ella.
A Kelly no sólo la han llamado victimaria, también la han catalogado como la responsable de sus propias violaciones. “Hasta mi misma familia decía que era culpa mía”. Incluso después de haber escapado de los grupos guerrilleros y paramilitares, Kelly tuvo que enfrentarse a parejas y amigos que, al conocer su historia de violación, le decían: “ustedes se lo buscaron” o “a una mujer no la violan así por así”. Su voz, la que le habían robado y silenciado, apenas podía defenderla.
Ahora, ocho años después de la firma de paz con las FARC en 2016 y 20 años desde la desmovilización de las AUC, Kelly habla más fuerte que nunca, y hace una denuncia contundente: “nosotras las mujeres hemos sido como el pilar de aquella guerra, de parir hijos para la guerra, de que nos violen, de que hagan lo que quieran. Prácticamente las mujeres somos las que más hemos sufrido el conflicto armado en este país”.
El poder del perdón
Kelly ya no tiene miedo a defenderse. Incluso va más allá y evoca un discurso de compasión y de perdón que necesita resonar por todo el país. A las mujeres que ayuda en Inírida, una pequeña capital departamental al occidente de Colombia, les decía: “no, nosotros no pedimos nada, o sea, nosotros no decidimos de que (sic) nos violaran”. Kelly tampoco decidió entrar a las FARC o a las AUC, ni decidió enfrentarse con su propio hermano en filas enemigas. Ella reconoce con valentía que fue parte de la violencia, pero ofrece una perspectiva desde esa dualidad desgarradora de ser tanto víctima como victimaria.
Los dos hechos de violencia —el de la guerrilla y el de los paramilitares—, a los que la forzaron a entrar y desde donde la obligaron a hacer daño, le permiten a Kelly ver la complejidad del contexto colombiano y la urgencia que tiene el ejercicio del perdón para sanar. Ella misma reconoce la dificultad de pedir perdón. “Con ir a pedir disculpas, yo no puedo devolver el tiempo”, dice con la voz entrecortada. El perdón se ha vuelto un ejercicio diario para Kelly que lo busca a través de un trabajo constante de hacer el bien y conectarse con los demás. “Lo más importante en esta vida es perdonarnos a nosotros mismos para poder perdonar a los demás”, dice.
La experiencia de Kelly cuestiona lo binario de la guerra al mostrar la cruda realidad por la que atraviesan muchos menores de edad en Colombia. El hecho fue que la obligaron a ser guerrillera cuando todavía era una niña, la forzaron a replicar la violencia, y al mismo tiempo usaron esa misma violencia contra ella, abusándola repetidamente. Su testimonio da cuenta de que la guerra, en vez de ideas binarias, incluye contradicciones, reúne polos opuestos, pero sobre todo pone a todos sus actores en un mismo plano: el dolor.
Desde un discurso de compasión y empoderamiento, Kelly nos habla de la complejidad que carga en ella. Es víctima-victimaria, pero es más que eso, es una persona que no tiene miedo a señalar las injusticias de la guerra y a exigir un futuro de empatía, respeto y cuidado entre todos los colombianos. Así, a pesar de una historia de violencia, Kelly es una persona que encarna el camino hacia la paz.
Extracto de la historia de Kelly que será parte de una colección de relatos de mujeres sobrevivientes del conflicto armado en Colombia.
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