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Floreciendo en medio de la guerra: el poder femenino de Mariela Triana

Si hay una canción que defina a Mariela Triana sería esa que reza: “Tantas veces me mataron, tantas veces me morí, sin embargo estoy aquí resucitando. / Gracias doy a la desgracia y a la mano con puñal, porque me mató tan mal. / Y seguí cantando”, escrita por la argentina María Elena Walsh e interpretada por Mercedes Sosa. 


Matemáticos y físicos hablan de cómo el mundo no sigue un principio milimétrico y predecible. Hablan de la teoría del caos para referirse a la forma en que distintas variables dan forma a un evento. Los fenómenos caóticos abundan en la astronomía, la psicología, la naturaleza, y también en la vida diaria. 


Siempre habrá un margen de error, un lugar para que el azar altere lo que pensábamos estable, un batir de alas que de repente, en sólo segundos, nos sacude y conmociona. 


El batir de alas que sacudió la vida de Mariela Triana no fue uno menor, ocurrió la noche del 30 de agosto de 1996 cuando las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (FARC-EP) se tomaron el Municipio de Capitanejo-Santander. Ese día su vida y la calma de su comunidad fueron irrumpidas por el estruendo de la guerra. “Esa fecha nunca en la vida se me va a olvidar porque es el mismo día de mi cumpleaños”, dice Mariela. 


Eran cerca de las seis de la tarde y Mariela había salido con su esposo y su hija Julia, que en esa época rondaba los 7 años, a invitar a unos amigos a compartir una torta de cumpleaños. Justo cuando habían caminado cinco cuadras hacia el parque, a ella le llamó la atención la aparición de dos turbos (dos carros grandes) con hombres vestidos de soldados. Con sorpresa se los señaló a Óscar justo en el momento en que se estaban acercando a la estación de policía, a lo que él respondió que desafortunadamente esos hombres no eran militares, que se trataba de un grupo armado, y que tenían que huir.



Imagen de Capitanejo, Santander durante la toma guerrillera 30 de agosto de 1996. Imagen generada con AI.

“Le pedí que corriéramos, pero me dijo que ya era muy tarde, y que no alcanzaríamos a llegar a ninguna parte. No tuvimos otra opción sino meternos en la oficina de la electrificadora, un espacio muy pequeño pero que se podía cerrar. Al frente estaba la estación de policía. Apenas cerramos la puerta, oímos que empezaban a disparar, tiros que van y tiros que vienen. La luz se fue. Nunca habíamos tenido tanto miedo”, recuerda Mariela. 


Como inspirado por la dureza de la película La vida es bella, Óscar trataba inútilmente de calmar las preguntas y el llanto de su pequeña hija, explicándole que el sonido no era otra cosa sino pólvora, que no tenían razones para sentir angustia, que todo estaba bien. 


Pero eso contradecía la realidad, sobre todo cuando los tres, junto con los trabajadores de la oficina de la electrificadora, se encontraban apretados como sardinas en un mismo baño y ya habían perdido la noción del tiempo y el control de sus propias necesidades


Por si no fuera suficiente, el techo se había desplomado sobre sus cabezas causándoles algunas heridas, y Mariela se hubiera desangrado por una de sus piernas si no hubiera sido por Óscar que se quitó la camiseta para hacerle un torniquete. 


Parecía que hubieran pasado días, aunque sólo fueron horas. La toma tuvo lugar entre las siete de la noche del 30 de agosto y las cinco de la mañana del día siguiente. Esa madrugada, cuando se silenciaron los tiros, lograron ver que sobrevolaba un avión del ejército y entre los estragos pudieron sacar una vara con un trapo blanco para que alguien de afuera los encontrara y ayudara a salir. 


Cuando pudieron regresar a casa la encontraron casi vacía. El sancocho de gallina para celebrar el cumpleaños, que Mariela recuerda que había quedado especialmente rico, había desaparecido, al igual que la torta que esperaba compartir con sus amigos. “Los guerrilleros se comieron todo lo que había en casa, me desocuparon la nevera, se llevaron el papel higiénico que teníamos de reserva para algunos meses, las sábanas de las camas escurrían sangre, me imagino que intentaron curar allí [a] sus heridos”, recuerda Mariela


Desde ese momento, en medio del caos y el miedo, Mariela se convirtió por casi dos años en víctima de actos atroces de violencia sexual, perpetrados por los mismos individuos de las FARC, ese mismo grupo que nació como autodefensas campesinas ante la violencia estatal y las desigualdades del país, y que al final terminaron siendo actores principales de un conflicto armado que dejó casi 8,8 millones de víctimas.


La brutalidad de esas experiencias la dejaron destrozada, e incluso sin memoria durante un tiempo. Para Mariela y su familia la toma fue la entrada a meses de trauma y desesperación colectiva.


Sin embargo, gracias a una chispa que atribuye a algo superior a ella misma, Mariela emprendió su escape, que bien podría convertirse en una escena de ficción. Lo demás sería convertir el dolor en acción, la tristeza en empoderamiento, el perdón en su meta de vida, y su voz en la voz de muchas mujeres que, como ella, han padecido la violencia sexual en Colombia. 


¿Quieres saber más o apoyar este proyecto? Pronto te contaremos más noticias. 

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