Manual de supervivencia para mentes neurodivergentes
- Fundación Magnolia
- 31 jul
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 15 sept
Una “caja de herramientas” para librarte del agotamiento emocional.
Por: Lucía Hernández
Nota de la editora: En los últimos años, hemos visto el avance en la comprensión y el conocimiento de temas relacionados con la salud mental y el bienestar emocional. Han aparecido también nuevos conceptos, términos y prácticas relacionados con el comportamiento humano. Por ejemplo, está el concepto de la neurodiversidad, palabra acuñada en 1998 por la socióloga australiana Judy Singer, quien buscaba entender el comportamiento social atípico de su madre y luego de su hija, a quien diagnosticaron con Asperger a los 10 años. El término —neurodiversidad o neurodivergencia— cobra cada vez más fuerza en nuestro vocabulario, y nos acerca a diagnósticos que van más allá de lo neurotípico, considerado normal. Ahora, sin embargo, es más fácil hablar de las diferencias que existen en el cerebro humano que deberían entenderse como naturales y no como discapacidades.
A la luz de esos avances en el ámbito de la salud mental, queremos compartir —con el permiso de la autora, Lucía Hernández, fundadora de Metódica—, una serie de consejos que ella escribió sobre su experiencia tras que la diagnosticaran neurodivergente. (Esta versión ha sido acortada por razones de espacio, se puede leer la versión original en este enlace).

A veces, la revelación más grande no llega en un momento de soledad o meditación, sino en la voz de una amiga que te necesita. Hace unos días, en una de esas conversaciones que nacen desde la confianza más profunda, una amiga me compartía su sensación de estar abrumada, de no encontrar la salida a un torbellino de pensamientos y emociones.
Mientras la escuchaba y compartía con ella mis propias herramientas, me di cuenta de que esta “caja de herramientas” no nació por casualidad. La fui construyendo conscientemente, pieza por pieza, a partir del momento en que pude ponerle nombre a lo que me pasaba.
Fue gracias a entender que no estaba loca ni rota, sino que mi sistema nervioso estaba agotado. Ese conocimiento fue la clave. Me permitió dejar de luchar contra mí misma y empezar a trabajar a mi favor.
El secreto, para mí, fue comprender que estos estados de saturación son temporales. Y que la forma de atravesarlos no es con más autoexigencia, sino con acciones pequeñas pero gentiles que nos saquen de la cabeza y nos pongan de nuevo en el cuerpo, para devolverle a nuestro sistema su estado natural de calma. Esta es mi “caja de herramientas”:
1. La brújula biológica: "no estás rota, estás saturada"
Durante años me culpé. Me preguntaba por qué mi energía era tan inconstante. ¿Por qué, si todo el mundo me veía como alguien con un “cerebrito” y una energía arrolladora, había semanas en las que no me podía levantar de la cama? La respuesta que encontré lo cambió todo: no es un fallo moral ni de carácter. Es biología. Nuestro sistema nervioso, especialmente en mentes neurodivergentes, se satura. Se abruma con estímulos. Entender que el problema no soy “yo”, sino un sistema nervioso que está en alerta máxima me quitó un peso de culpa inmenso y me permitió pasar de la autocrítica a la acción.
2. El mantra de lo pasajero: "esto también pasará"
Cuando estoy en medio de esos días grises (o negros), cuando la cabeza no para y los pensamientos son horribles, recuerdo una y otra vez mi mantra personal: “esto pasará”. Suena simple, pero es un ancla a la realidad. Me recuerdo a mí misma que es una tormenta, intensa y aterradora, pero una tormenta al fin. No es un estado permanente. Repetirme “tengo que aguantar, esto va a pasar” me ayuda a no identificarme con ese estado, a verlo como algo que me atraviesa, pero que no me define.
3. El santuario personal: permiso para desconectarse
He aprendido a honrar mi necesidad de recarga. A veces, eso significa pasar un fin de semana entero en la cama. Al principio, la culpa era mi compañera: “¿por qué estoy acá si debería estar haciendo mil cosas?”. Ahora lo entiendo y lo comunico de otra forma. Es el espacio que necesito para que mi sistema se regule y pueda funcionar la semana siguiente. No es pereza, es una necesidad biológica y una estrategia de sostenibilidad personal. Si no me recupero, no puedo liderar.
4. La alquimia física: liberar la energía atrapada
Cuando el sistema nervioso está saturado, la energía se queda atrapada en el cuerpo. Descubrí que necesito moverla para liberarla. A veces es salir a caminar sin rumbo fijo. Otras, simplemente agarro la guitarra y me pongo a cantar. Y sí, confieso que tengo un pequeño “pad” de práctica de batería donde a veces descargo toda la tensión a los palos. Cada persona tiene su método, pero el principio es el mismo: darle al cuerpo un canal físico para que no se quede abrumado por dentro.
5. Los reguladores secretos: el poder de los objetos de estimulación
Antes, terminaba las jornadas laborales completamente agotada. Ahora, aprendí que necesito un “stim” (un objeto de estimulación) para no saturarme. Entro a mis reuniones con algún jueguito en la mano, algo que puedo apretar, girar o mover discretamente. A veces tengo reuniones parada. Eso hace que mi sistema nervioso descargue la ansiedad de la interacción mientras hablo, en lugar de acumularla. Es mi válvula de escape silenciosa que me permite mantenerme enfocada y presente.

6. Las murallas sensoriales: gestionar el ruido exterior
A través de varias experiencias (como sentir una angustia inexplicable en eventos o llorar “de la nada”), identifiqué que el ruido es uno de mis mayores disparadores. El exceso de sonidos satura mi sistema nervioso a una velocidad increíble. Mis auriculares con cancelación de sonido se convirtieron en una herramienta de supervivencia. Los utilizo para viajar, para caminar por la calle, a veces incluso para trabajar en casa. No es un acto antisocial, es crear una muralla protectora que me permita conservar mi energía y participar en el mundo sin que me cueste la salud.
7. La pausa valiente: el arte de poner límites
La valentía no es reaccionar, es saber cuándo parar. En conversaciones difíciles o cuando me siento herida, estoy aprendiendo a no responder desde la “niña herida”. Mi estrategia es pedir una pausa. Un simple “perdón, necesito dos minutos” me cambia todo. Me voy a otra habitación, respiro, siento la emoción, a veces lloro un poco, y me autorregulo. Cuando vuelvo a la conversación, ya no respondo desde el dolor, sino desde mi yo adulto. Poner límites (“si me hablas así, me retiro”) no es para controlar al otro; es para cuidar de mí.
8. El espejo adecuado: buscar ayuda que valide, no que cuestione
Durante años, muchas de nosotras transitamos por terapias que se enfocan en nuestro pasado, buscando el “porqué” de nuestras dificultades en la historia familiar. Y aunque eso tiene su lugar, un punto de inflexión en mi camino fue entender que a veces necesitaba algo diferente: un acompañamiento afirmativo. Necesitaba a alguien que no buscara lo que estaba “roto”, sino que me diera un nuevo lenguaje para entenderme. Que hiciera las preguntas correctas para ayudarme a identificar y ponerle nombre a mis patrones, no para juzgarlos, sino para normalizarlos. Buscar este tipo de terapia es, quizás, la herramienta de autoconocimiento más poderosa que podemos darnos. Es encontrar un espejo que por fin nos devuelve un reflejo claro y compasivo de quiénes somos. En lo personal me han dado mucho más resultado las terapias cognitivas conductuales, que me permiten enfocarme en el presente y en lo que puedo hacer hoy para estar un poco mejor.
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