Nuestras creencias juegan un rol importante en la manera en que conectamos con otros seres humanos, incluso mucho más que los datos. Nuestros grupos sociales suelen construirse por la manera en que interpretamos el mundo. Nos definimos por nuestras relaciones y a la vez nuestras relaciones se sustentan en creencias, por lo tanto, tu forma de pensar define tu entorno, estatus y autoimagen.
El hecho de que nuestras creencias se encuentren ligadas a nuestras conexiones sociales más que a los hechos, significa que el pedirle a otra persona que cambie su forma de pensar implicaría pedirle también que cambie su realidad y quizás hasta su grupo social, algo nada sencillo.
Al respecto, James Clear, autor de Hábitos atómicos, afirma que en ciertas ocasiones los hechos no cambian nuestra forma de pensar, pero sí las conexiones emocionales que formamos con las personas que nos comparten la información. “No siempre creemos lo que creemos porque es correcto. Algunas veces lo hacemos porque nos hace ver bien frente a la gente que apreciamos”, explica. Es decir, aún si no tienen un sustento fáctico, las creencias cumplen una función social.
En la misma línea, el autor y empresario Ben Casnocha considera que las personas que pueden llegar a cambiar nuestra forma de pensar son aquellas en las que confiamos y admiramos. Si alguien que conoces y confías te presenta un argumento nuevo, existen más probabilidades de que al menos consideres el tema, pero si alguien que pertenece al espectro ideológico opuesto al tuyo te presenta un argumento, es probable que lo descartes sin siquiera entrar a analizarlo.
En mi caso personal, he notado que el riesgo de violencia entre los participantes de una mediación es mucho más palpable en las primeras etapas del diálogo. Es común que en este momento las personas interpreten como una amenaza cualquier idea presentada por la otra parte, sobre todo si es sustancialmente distinta a su forma de percibir la situación.
Normalmente, en esta etapa, las personas emplean gran parte de su energía en defender su estatus y evitar cualquier riesgo de ridiculización. Aún si son confrontadas con hechos, suelen preservar su postura, incluso llegando a los gritos o con argumentos extremistas en algunos casos.
La clave está en comprender que los diálogos son fundamentales para construir nuestra comprensión del entorno, pero si los utilizamos como herramienta para demostrar nuestra superioridad argumentativa nos encontraremos solos y radicalizaremos la postura de quienes nos rodean. Y por el contrario, si las partes en conflicto son capaces de comunicarse y escuchar empáticamente, surge la posibilidad de aprendizaje mutuo, y las perspectivas de los dos lados se van acercando.
Por ello, cuando te encuentres en una discusión ten en cuenta los siguientes consejos:
Durante un debate o discusión con otra persona, recuerda que tu verdadero objetivo es acercarte más a su postura y no imponer la tuya.
Si deseas influir en alguien, la peor estrategia siempre será presentar datos o criticarlo sin ninguna clase de empatía .
Recuerda que el diálogo es un espacio de aprendizaje y no de competencia. Un diálogo constructivo siempre ofrecerá nuevas ideas para todos y todas las participantes, y no habrá vencedores ni perdedores.
Considera el diálogo como un esfuerzo mutuo para construir una visión más amplia y profunda de la realidad. Esto sólo te será más fácil de lograr si eres consciente de abordarlo con una mentalidad abierta.
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