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Foto del escritorFundación Magnolia

La mediación y la naturaleza humana



Esta semana participé en una entrevista con alumnos de una Universidad en Guatemala y me preguntaron porqué me gusta mi trabajo como mediador de conflictos. Decidí dar una respuesta totalmente sincera: mi pasión no es la mediación de conflictos, el verdadero motor que guía mis actos es mi curiosidad por la naturaleza humana.

Es verdad, somos una especie única, hermosa y aterradora por igual, cada uno cargado de sus propias contradicciones. La mediación es simplemente el escenario en el cual he podido aprender más de esas paradojas que permean nuestra naturaleza.

Pero ¿a qué contradicciones me refiero? Por un lado, cada uno de nosotros percibe el mundo de una manera única acorde a muchos factores como: el lugar en el que nacimos, el género, nuestra situación económica, experiencias personales, entre otros. Sin embargo, todos los seres humanos también compartimos elementos en común, como el miedos, deseos, emociones y necesidades. No importa si hablo con un ex combatiente en Colombia, una funcionaria de Naciones Unidas en Suiza o un comerciante egipcio, todos y todas buscamos la felicidad, deseamos ser comprendidos y amados, añoramos que nuestros seres queridos gocen de salud, queremos que nuestras sociedades progresen.

No existe ningún ser humano que vea el mundo de la misma manera. Aún habiendo tenido la oportunidad de habitar en diferentes partes del planeta, no me he encontrado -ni me encontraré- con dos personas iguales.

Por supuesto, cada uno entiende la felicidad, el amor y el progreso de manera distinta, y cada uno considera que estos pueden ser logrados a través de métodos o caminos diferentes. Este es justamente el reto principal que enfrentamos en una mediación o en cualquier conversación.

Contrario a lo que se cree, el mediador no se dedica a “resolver los problemas” de otras personas, su tarea consiste en facilitar espacios de diálogo constructivos, es decir, conversaciones centradas en lo que sentimos y necesitamos – elementos más universales- y no tanto en lo que opinamos -elementos más particulares.

La mediación es, por tanto, una plataforma donde se pone en relieve la complejidad humana. Y es aquí, donde descubrimos nuestra interdependencia con muchas otras personas, incluidas aquellas con las que pensamos diferentes o que catalogamos como nuestros “enemigos”.

Intentar mejorar la forma en que interactuamos y nos relacionamos es el verdadero trabajo que el mediador hace para construir paz, y esto va más allá de los acuerdos que se puedan firmar al finalizar el diálogo. Pero esta construcción positiva de relaciones también sugiere una limitante: el origen del conflicto no se encuentra en la correspondencia o el trato entre los involucrados, sino en la mente de cada individuo.

Por lo tanto, la construcción de paz no es una tarea única de mediadores, psicólogos o líderes políticos, sino que más bien es un trabajo personal. Nuestra tarea por tanto consiste en ser capaces de parar a reflexionar sobre nuestra propia naturaleza, comprender nuestras emociones y necesidades, y aceptar nuestra interconexión con el entorno y todos los demás seres humanos.

Esta misma idea quedó inmortalizada en una frase de la Declaración de Sevilla, UNESCO (1989) que afirma: “Así como las guerras empiezan en el alma de los hombres, la paz también encuentra su origen en nuestra alma. La misma especie que ha inventado la guerra también es capaz de inventar la paz. La responsabilidad incumbe a cada uno de nosotros”.

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